El Crítico Artista (O. Wilde)

ERNEST.- No me mal interprete, querido amigo; pero creo que se deja usted llevar demasiado por su pasión hacia la crítica. Ya que, después de todo, debe admitir que es mucho más difícil hacer algo que luego hablar de ello.

GILBERT.- ¿Más difícil hacer algo que hablar de ello? ¡Todo lo contrario! Incurre usted en un grave error. Es infinitamente más difícil hablar de una cosa que hacerla. Es más, la vida moderna es un claro reflejo de esto que le digo: cualquiera puede hacer historia. En cambio, sólo un gran hombre puede escribirla...

lunes, 4 de enero de 2010

¿En qué consiste la perversidad de la reproducción de la mercancía cultural?


Para comenzar, cabe señalar que los medios de comunicación en sus variados formatos son concebidos como un sistema. Este se explica, según sus agentes, en la aplicación de un lenguaje tecnológico. Esta empresa posee un público “entretenido” y obediente, que se nutre exclusivamente de mensajes publicitarios. En suma, una situación de consumo estimulada por la inversión.

El mapa es creado a medida que se plantean sus particularidades. El cine representa el mundo real. La industria cultural fija un lenguaje a través de la censura de la misma forma que su opuesto vanguardista. Como en el caso de Orson Welles, sus irreverencias hacia el orden establecido, según Adorno y Horkheimer, no hacen más que fortalecer el mismo.

“La industria cultural, en suma, absolutiza la imitación.” Con este recurso, el público satisface su demanda, estableciendo su propio sometimiento. La reiteración de fórmulas similares es un indicador de la relación del sujeto con el pasado. En ocasiones, elementos de esta realidad configuran vivencias extrañas y reveladoras. Mientras que en otros casos, funcionan como figuras represivas.

Quizás, como se cuestionan los autores de este texto, es posible que ante la desaparición de “centros culturales” (como radios y cines), el público no perciba su ausencia; lo que implica una reflexión significativa.

La experiencia estética es vivenciada mediante el humor, reaccionando a un complejo de castración; inducido, en este caso, por el audiovisual. Este hecho, deja en evidencia la normativa mediática aceptada por el espectador de turno. Aquí subyace un escenario distópico, establecido por los negocios y la carga de amusement. “Se combate al enemigo ya derrotado, al sujeto pensante”.

Se busca mediatizar el hecho cotidiano por parte de la ideología hegemónica, carente de sentimientos. En esta cultura, la iniciación se vive como un estado constante; donde ser adolescente no es pecado (síndrome de Peter Pan). Además, la sociedad actual, a través de la competencia, marca la dureza en el nuevo individuo.

Los referentes icónicos de la industria cultural se mezclan y confunden con bienes de consumo standard. Esto trae aparejado la desaparición de valores humanos esenciales; por ejemplo, el conocimiento técnico en desmedro de la crítica, o el culto a las imágenes por el respeto humano.

La publicidad es una razón de existencia de la industria cultural. Los nuevos códigos culturales y su aceptación repetida, hacen de la publicidad un espacio fértil para el ejercicio de la autocensura.

Bajo el imperativo de las expectativas corporativistas, las especializaciones técnicas requieren una trama psicológica en su concepción (por ejemplo, el marketing), mediante la cual la sociedad entera es manipulada a su imagen y semejanza.

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